Nuestro cuerpo no diferencia cuando le estamos mandando el mensaje de peligro porque
viene un león a comernos que cuando no es un peligro para nuestra supervivencia como
puede ser tener un examen. Se activa exactamente el mismo mecanismo de acción de lucha
o huida en ambos casos. Para comprender mejor la ansiedad debemos entender cómo
funciona este mecanismo. El sistema nervioso autónomo de nuestro cuerpo está formado por
dos sistemas: el sistema nervioso simpático, que prepara al cuerpo para la acción y para
producir la energía necesaria para actuar y el sistema nervioso parasimpático, que propicia la
desactivación, recuperación, restauración del organismo. Son sistemas contrapuestos, esto
quiere decir que si uno está activado, el otro deja de funcionar y viceversa. Cuando sentimos
ansiedad, se activa el sistema nervioso simpático y esto produce una serie de cambios a nivel
físico, mental y conductual.
A nivel fisiológico sucede:
- Nuestro cuerpo libera adrenalina y noradrenalina que va hacia los músculos para
transformarlo en energía para el posible enfrentamiento o huida ante el peligro. Tus
músculos se tensan, por ello podemos sentir inquietud, nerviosismo, temblores. - Nuestro corazón bombea sangre más rápidamente. Podemos sentir taquicardias o
dolor en el pecho. - Tus pupilas se dilatan para ver mejor los estímulos, puedes sentir visión borrosa o
sensibilidad a la luz. - Hay una disminución de la salivación, podemos sentir la boca seca.
- Puesto ahora no es importante comer, disminuye la actividad de nuestro sistema
digestivo, lo cual puede provocar náusea, pesadez de estómago, diarrea o
estreñimiento. Puedes perder el apetito. - Nuestro corazón late más rápido y podemos hiperventilar, es decir, respirar más
cantidad de aire, provocando más oxígeno en la sangre. - La sangre se concentra en las áreas más importante y tarda más en llegar a las zonas
externas como puede ser manos y pies, puedes sentirlos fríos, con temblor u
hormigueo. - Hay un incremento de la sudoración, esto tiene una función adaptativa ya que provoca
que la piel esté más resbaladiza y sería más difícil que un depredador nos agarre.
Cuando con frecuencia mandamos estos mensajes de activación a nuestro cuerpo, termina
hiperactivo y desregulado. Nuestro cuerpo se prepara para correr pero nuestra mente para
estar sentados, produciéndose un desgaste y un desequilibrio por el que puede llegar a
enfermar.
A nivel cognitivo:
Cuando sentimos ansiedad la sangre va menos a la parte frontal de cerebro, que es donde se
produce el razonamiento, por ello podemos sentir dificultad para razonar y concentrarnos e
incluso sentir mareos.
También se dan una serie de pensamientos catastrofistas, negativos y desagradables, para
cada persona estos pensamientos son diferentes. Pueden ser:
- A la evaluación negativa de los demás, a hacer el ridículo, a recibir una crítica o a
cometer un error. - A una situación concreta. Ej: un examen, ir al médico.
- A las sensaciones desagradables de la ansiedad. Esto es, miedo a sentir ansiedad, a
sus síntomas físicos, interpretando estos síntomas como que estamos enfermos, nos
ocurre algo grave o que no son normales.
Son pensamientos automáticos, aprendidos a partir de experiencias pasadas y con ellos se
forma un círculo vicioso:
- Anticipamos las consecuencias negativas de algo y nos activamos, provocando
respuesta de ansiedad “no voy a ser capaz”, “voy a hacer el ridículo», «voy a perder el
control”… - Interpretamos estos síntomas de ansiedad como algo negativo, aumentando así la
ansiedad y la posibilidad de nuevos pensamientos catastrofistas como “esto es
horrible”, “me supera”…. Provocando una diminución de la capacidad de afrontar de
nuevo la situación en un futuro.
Es importante tener en cuenta que los pensamientos de anticipación de daño, amenaza o
perjuicio son tan activadores de ansiedad como si lo estuviéramos viviendo realmente.
A nivel conductual:
Sentir ansiedad puede ser bastante desagradable, además si la interpretamos como peligrosa
puede provocar en nosotros una respuesta de evitación o huida.
Si huimos de los estímulos que nos producen ansiedad, a corto plazo nos puede hace sentir
bien, no nos enfrentamos a la situación y con ello baja nuestra ansiedad y el malestar que nos
provoca. El problema es que si tarde o temprano se van a dar nuevas situaciones donde no
vamos a poder huir, el nivel de ansiedad será mucho más elevado pues no le hemos podido
mandar a nuestro cerebro el mensaje de “oye, esto no es peligroso para mí, no hace falta que
te actives en esta situación”.
Si no huimos y nos quedamos en las situaciones que nos generan ansiedad, pero sentimos que
no tenemos recursos para afrontar la situación y lo vivimos con gran malestar emocional, nos
puede producir que la próxima vez que nos tengamos que enfrentar a esa situación sintamos
mucha más ansiedad pues se refuerza la idea de “esto es una situación muy peligrosa para mi».
Solo consiguiendo habituarnos a las situaciones que nos generan ansiedad pero disponiendo
de recursos previos conseguiremos disminuir sus niveles. Lo primero que haremos será
comprendernos, entender nuestra ansiedad, “hablar” con ella, ver por qué está en nuestras
vidas, su función es protegernos, así que veremos por qué peligro real o imaginado está. Si en
el trayecto nos damos cuentas que tenemos pensamientos distorsionados o negativos,
también trabajaremos en ellos y veremos los factores que hacen que la ansiedad se refuerce y
continúe en nuestras vidas. También aprenderemos técnicas de relajación para bajar la
activación del sistema nervioso simpático y activar el parasimpático. Es un proceso donde nos enfrentaremos a las situaciones ansiosas poco a poco y os aseguro que merecerá la pena, la
ansiedad ya no será tu enemiga, será tu aliada, sabrás escucharla y aprenderás a gestionarla.
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